Justicia a manos propias

Una tarde, un pastor llevaba a sus ovejas por los cerros de Yanacancha. Silbaba, alegre, un huayno de su tierra, cuando se detuvo, pues lo que vio a orillas del río lo sorprendió:

—¡Un muerto! —exclamó.

Más arriba, en la bocamina, algo malo había ocurrido.

Sin detenerse a pensarlo, abandonó a sus animales y corrió al pueblo en busca de auxilio.

—¡Hay un muerto en la mina! —clamaba sin dejar de correr.

Los pobladores salieron sobresaltados. Uno lo detuvo y le pidió que le cuente lo que había visto.

Se reunió un grupo y marchó hacia la mina. En efecto, encontraron el cadáver que identificaron como el cuidador de la mina. Además echaron en falta varias máquinas.

Furiosos, se organizaron en varios piquetes que recorrieron los alrededores en busca de los responsables. Estuvieron rastreándolos todo el día hasta que, al anochecer, llegó un muchacho al pueblo con la noticia de que habían capturado a uno de ellos.

La multitud, cada vez más enardecida, siguió al joven hasta el callejón donde tenían al sujeto, atado y con el cuerpo cubierto de magulladuras.

Suplicaba compasión, pues los pobladores no cesaban de golpearlo.

Sin oírlo, lo arrastraron hasta la plaza, donde luego de un juicio a mano alzada, le prendieron fuego y lo dejaron morir abrasado.

Pero la gente de Achipampa sabía que aquel sujeto que acababa de ser ejecutado no debía de estar solo, pues sus cómplices habían conseguido huir. Se volvieron a organizar en piquetes y partieron en busca de ellos.

Al amanecer, un niño avistó rastros cerca de una quebrada que llevaba hacia una cueva.

—Ahí están —se dijo, y avisó a los adultos.

Rodearon el lugar y, al ingresar a la cueva, hallaron a dos hombres que, para su mala suerte, tenían una de las máquinas robadas con ellos. Después de arrastrarlos atados hasta el pueblo, corrieron la misma suerte que su cómplice.

Cuando llegaron las autoridades provinciales, nada pudieron hacer, pues el poblado completo se negaba a dar cualquier información. Cansados, prefirieron marcharse y olvidar el asunto.

Se dice en Chupaca que nadie se atreve a cometer robos en Achipampa, pues el castigo es muy severo.

Fuente: Juan Ruperto Mayorca Solano (17 de febrero de 1934)

Poblador de Achcahuasi (un cerro al lado de Achipampa)

Relato recogido por: Roberto Toscano Pablo

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