Los sacrílegos de Machay

En el pueblo de Achipampa[1] vivía un joven muy religioso llamado Julio. Aunque pequeño y delgado, durante las peregrinaciones era quien iba adelante, llevando mucho más de lo que su cuerpecito parecía capaz de cargar.

El día de la gran misa se vistió con sus mejores ropas y, sin siquiera desayunar, corrió hasta la plaza de donde todos partirían a la Gruta de Machay, una formación geológica que la naturaleza había hecho parecida a una capilla.

El pueblo avanzaba entonando cánticos a Dios. Pronto apareció, a lo lejos, la Gruta, sumamente hermosa, en medio de un abra. Los pobladores le habían puesto tres campanas que, al doblarse, maravillaban a las gentes de los alrededores con su sonido celestial.

Al finalizar la misa todos recogieron las ofrendas y se marcharon a sus casas. Llegaron a la Plaza de Achipampa al atardecer. Sin embargo, desde que partió de la Gruta, Julio sentía una inquietud inexplicable. Se despidió de sus vecinos y regresó con sus padres. Esa noche y las siguientes no pudo dormir. Quería saber cómo era la Gruta de Machay durante la noche. Un día se decidió. Esperó a que todo el pueblo durmiera y emprendió su pequeña travesía. Pero a medio camino avistó a unos hombres que, por alguna razón, le dieron desconfianza. Se escondió detrás de una roca y los vio tomar el camino de la Gruta. ¿Acaso también ellos habían sentido ese tirón especial que aquella formación geológica provocaba en él? Cuando se alejaron los siguió con sigilo. Los vio detenerse al pie de la Gruta y excavar dentro y fuera. Terminaban un agujero y, al no encontrar nada, maldecían y cavaban otro.

Julio comprendió que esas personas eran sacrílegos y buscadores de tapados. Se sentía impotente al ver que ponían la Gruta de cabeza y, en un momento de cólera, tiraban abajo las hermosas campanas que le daban vida. Finalmente, hartos de buscar, recogieron sus cosas e iniciaron el retorno. Julio se quedó oculto, pues si aquellos hombres lo veían podían matarlo.

En cuanto se sintió a salvo, corrió hacia el pueblo y buscó al cura para contarle lo que había sucedido. En las siguientes horas los comuneros comprobaron lo que Julio les había contado. Sin dar crédito a sus ojos, algunos se echaban a llorar, mientras otros pedían al cielo una explicación a tanta maldad.

Hasta el día de hoy, los ancianos del pueblo aún la visitan para realizar sus ceremonias. A pesar de lo ocurrido, la Gruta de Machay sigue deleitando a cada uno de sus visitantes.

Fuente: Ruperto Mayorca Solano (nacido el 17 de febrero de 1934)

Poblador del anexo de Achipama, (Yanacancha, Chupaca)

Relato recogido por: Rocío Cajachagua Chuí

 

[1] Anexo del distrito de Yanacancha, ubicado a una hora y media de camino.

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