Los tapados de Jarpa

Dos amigos se dirigieron al distrito de San Juan de Jarpa para buscar tapados. Habían escuchado los rumores de que estaban enterrados a orillas del río Consac. Pero sabían del celo con que los pobladores cuidaban de que nadie se acercara a aquel lugar. Contaba la leyenda que, siglos atrás, los incas enterraron su oro después de que ejecutaron a Atahualpa.

En cuanto llegaron dijeron a la gente que eran sacerdotes. De esa forma, consiguieron ganarse su confianza y, además, fueron agasajados con una bienvenida donde les sirvieron pachamanca y cuyes. Y cuando se dispusieron a dormir, les ofrecieron dos buenas camas. Pero en vez de acostarse, salieron a recorrer el terreno donde, estaban seguros, hallarían un tapado.

Al día siguiente recibieron las llaves de la iglesia. Para no sembrar sospechas, ambos se mostraban solícitos con los pobladores: ayudaban en las chacras, cuidaban de los animales y siempre estaban donde había cualquier actividad.

Por las noches caminaban a orillas del río y rebuscaban por los sitios donde los rumores decían que había tapados.

Un día, sin explicación alguna, los dos personajes desaparecieron. Entonces los pobladores descubrieron que ninguno era cura y que, más bien, habían estado buscado tapados, pues hallaron decenas de agujeros al borde del río.

 

Fuente: Anónimo

Relato recogido por: Nohely Verástegui Paucar

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